Cada familia tiene una estructura y una organización interna, que le es característica. El papel que juega cada uno de los padres, la forma cómo cría y educan a los hijos, la forma cómo los hijos se relacionan con ellos y entre sí, depende de esa estructura y organización.
Se ve a la familia como un sistema durable, que cumple varias funciones necesarias para la sociedad: la reproducción, la maduración emocional y social de los niños, y la protección de sus miembros. Sin perder de vista que ciertos patrones familiares, no son en realidad, sino costumbres que tienden a perpetuarse a sí mismas y que no son necesariamente sanos y satisfactorios de las necesidades de los cónyuges y los hijos.
Es claro pues, que en el seno de la familia se fortalecen o se dañan la salud mental de sus miembros.
El carácter y las actitudes de los padres, modelan el carácter y las actitudes de sus hijos, y sus padres también les transmiten los valores, las creencias, las aspiraciones, las metas y también los prejuicios del estrato social al que pertenecen o quisieran pertenecer.
En términos generales, puede decirse que condiciones familiares que no satisfacen las necesidades básicas de los niños; estabilidad, protección, amor, orientación y guía, son causas contribuyentes a una mala salud mental. Algunos niños son más sensibles que otros, a las influencias nocivas de un ambiente familiar desfavorable, tales como el desamor, el rechazo, la hostilidad, la violencia y la falta de respeto a la individualidad.
La persistencia de la familia a través de los siglos, se explica porque responde a profundas necesidades personales y de la sociedad. La mayoría de las personas concuerda, que en lo cotidiano de la vida familiar radican algunas de las satisfacciones más genuinas y más auténticas.
La familia y el cambio social
En el transcurso de unas décadas, la familia ha experimentado profundos cambios que reflejan los de la sociedad:
En general, la familia moderna es más pequeña, más tolerante y más flexible al cambio que la familia tradicional.