La alteración de esa relación, pues, supondría el estrés más grave que se pueda sufrir. Hablamos, claro esta, de una decision trascendental.
Hagamos lo que hagamos, cuando se es consciente de que la relación no funciona, inevitablemente deberemos introducir cambios: separarse, luchar por mejorar la relación, o buscar compensaciones en otras áreas, ya que, a menos que seamos masoquistas, seguir como si nada resulta absurdo. Nadie puede resignarse a no ser feliz, pues esto es contrario al ser humano.
La postura más frecuente suele ser la de buscar compensaciones en otras áreas. El matrimonio, a pesar de sus sinsabores o dificultades, implica en la mayoría de los casos una responsabilidad de por vida: por el otro, por uno mismo, por los hijos o por otras razones.
Es evidente que resulta más fácil la ley de compensaciones, que ayuda a relativizar la situación, que la postura más directa de afrontar el problema y buscar la ayuda de un profesional, o tomar la decisión de separarse.
Esta decisión la toman una minoría de personas, ya sea porque tienen alternativas más válidas y prometedoras fuera del matrimonio, porque necesitan un cambio vital, porque no se han planteado en profundidad las consecuencias, etcétera.
Sea como sea, y con las más variadas razones, la persona que toma la iniciativa de separarse es porque considera que tiene más que ganar que perder.
En la separación, es distinto el caso del miembro de la pareja que tiene alternativas inmediatas que el que no las tiene. Como decíamos, quién decide separarse es porque valora que algo tiene que ganar, ya sea otra relación, tranquilidad, disminución de responsabilidades, etcétera.
Pero, ¿qué le sucede a aquella persona que hubiera preferido buscar compensaciones o intentar mejorar? En la separación, solo que uno lo tenga claro es suficiente. Al otro no le queda más remedio que aceptar su decisión.
Quedarse solo, y además involuntariamente, es difícil de asumir. En algunos casos se tienen el suficiente autocontrol para resignarse a la evidencia e intentar realizar una separación de mutuo acuerdo lo menos conflictiva posible.
No es infrecuente que haya una reacción agresiva, negando la evidencia, e iniciando una desesperada lucha por entender la situación, por negar su responsabilidad en la misma, por intentar poner en marcha todas las alternativas menos la separación. En estos casos, la reacción emocional dificulta la separación de mutuo acuerdo, aunque en muy pocos casos sirve para detener el proceso.
Ser el abandonado ocasiona sentimientos de sorpresa, frustración, rabia, celos, y rencor. La rebelión contra el otro en un intento por comprender, las promesas, el perdón, se mezclan con amenazas, súplicas, rabietas, y enfados. O bien se sumerge uno en la apatía y desesperanza, que son fruto de la incredulidad y el bloqueo emocional. Es la reacción emocional que forma parte de la primera fase de adaptación al proceso de la separación no esperada.
Por el contrario, la reacción del que abandona tampoco es cómoda. Se enfrenta al temor a equivocarse, al remordimiento por el dolor que ocasiona, al sentimiento de egoísmo, a la critica social (suele ser el “malo de la pelicula”).
En el caso de la pareja que ha decidido de común acuerdo la separación, la reacción emocional inicial será menos intensa, probablemente, pero la adaptación será igualmente difícil.
Toda persona separada se enfrenta a una nueva etapa vital, en la que debe desacostumbrarse de muchas pequeñas rutinas e iniciar otras. Ese proceso de adaptación es largo, no menor de un año.
Durante ese tiempo, se pasan ciertas etapas emocionales que podríamos decir son comunes en todas las personas, con mayor o menor intensidad y duración, y en un orden variable.
En esta fase se recuerda todo lo desagradable, duro, triste, o feo de la relación. La subjetividad negativa de esta fase selecciona los recuerdos malos y los generaliza. En esta etapa la persona critica duramente al otro, o bien critica la institución matrimonial en sí. Existe agresividad mezclada con tristeza.
En ella, al contrario que en el caso anterior, se seleccionan subjetivamente todos los recuerdos cariñosos, amables, tiernos, o divertidos. Se reviven, sobrevalorandolos, los mejores momentos. En esta etapa de la adaptacion se añora produndamente al otro y se tiendea culparse a uno mismo por lo sucedido.
Se empieza a olvidar un poco la relacion matrimonial al tiempo que se mira alrededor, buscando resituarse. Es dificil andar solo, acostumbrado a la permanente compañía del otro. Es una especie de cojera psicologica.
Los amigos siguen siendo parejas, y no es lo mismo planear ahora el tiempo de ocio, las comidas, las salidas. De nuevo enfrentando una etapa de juventud en la que era lógico estar solo, pero con la diferencia de que antes era apasionante y ahora tiende a ser interpretado como un fracaso, todos los planes para la nueva vida resultan dudosos, inciertos.
Avanzado el proceso, conocida ya la situacion de soledad, el separado que se ha quedado solo decide en cierto momento que se ha encerrado demasiado en sí mismo y pone en marcha activdades que le permiten rehacer su vida: da un nuevo ímpetu a su profesion, se entrega apasionadamente a un deporte, agiliza su vida social… venciendo la idea de encontrar un nuevo compañero, busca nuevas formas de realización.
La tristeza, inseguridad, la sensacion de fracaso van siendo sustituidos por un orgullo personal al haber salido para hacerles frente. La situacion misma les ha obligado a superarse, a romper viejos moldes, a conocerse mejor a sí mismos. Ya no existe tanta introspección y se pasa a una fase más activa y saludable. Se recupera la segurida y se está contento de la nueva etapa.
Aquí, muchas personas encuentran otra vez a alguien con quien compartir la vida, aunque también es cierto que saben mejor lo que desean y ahora son más exigentes, por lo que no resuta fácil.
La desadaptacion a la separacion consiste precisamente en quedarse estacado en alguna de esas etapas.
A veces la falta de ayuda de los mas allegados o de la coincidencia de circunstancias adversas favorecen a la mala adaptacion y el proceso se alarga excecisvamente.
La depresión es relativamente usual y, aunque fuera de forma preventiva, debería buscarse el apoyo y consejo de un profesional que ayudara a superar el trance de la separación lo más rápido y sanamente posible.
Resulta evidente que las personas activas, luchadoras, flexibles, y sociables se recuperan con más facilidad. La edad no parece ser un factor decisivo a la hora de rehacer la vida, como tampoco parece ser, al menos de forma importante, el nivel económico o el cultural.
La separación suele darse durante los primeros siete años de matrimonio, y aunque en los tres años posteriores el 80% de estos separados se volverá a casar, el 70% volverá a separarse.
Los países con más tasas de divorcio parecen demostrarnos que tras la separacion es muy probable volver a casarse. ¡Y es que al ser humano le encanta tropezarse dos veces con la misma piedra!