La probabilidad de fracasar en el matrimonio
Una relación afectiva, íntima y estable es para la mayoría de las personas lo más importante de su vida. Sin embargo, las relaciones habituales raramente siguen una curva ideal, ya que en la mayoría de los casos existe una probabilidad de fracasar en el matrimonio.
K Levinger, uno de los estudiosos del mundo de la pareja, propuso un modelo de la evolución del matrimonio en cinco etapas. Éstas son la atracción, construcción, continuación, deterioro de la relación y final de la relación a través de separación o la muerte.
Este modelo ciertamente es muy pesimista. Parece que en una fase avanzada ineludiblemente debe desterrarse la relación, con lo cual no tendría sentido tener esperanza de conseguir el bienestar permanentemente.
Lo cierto es que la convivencia no es un camino de rosas. Más bien es una tarea difícil que hay que emprender con ganas de superación, como ocurre con la mayoría de situaciones de la vida.
Desde el punto de vista sociológico, la postura ante los matrimonios que no funcionan ha evolucionado de forma veloz en los últimos tiempos. La separación y el divorcio parecen haber aumentado notablemente. Con esto podemos llegar a pensar que el matrimonio como institución está en una fase de crisis. Sin embargo, no es cierto que haya aumentado la insatisfacción en el matrimonio.
Siempre ha habido conflicto y probablemente siempre lo habrá. Lo que ha cambiado es el reconocimiento público de ese conflicto interno y la posibilidad de valorar abiertamente la alternativa de terminar con una situación. Esto, en algunos casos, resulta insostenible.
Es evidente que el matrimonio sigue sin ser un invento perfecto. Pero también es cierto que sigue siendo la opción más elegida como alternativa a la soledad, y es un problema fracasar en el matrimonio.
En la sociedad tradicional de nuestros abuelos, en la que las funciones dentro del matrimonio estaban muy bien definidas y cada uno tenía muy claro cuáles eran sus responsabilidades, había problemas. En la sociedad actual, en la que los matrimonios persiguen un reparto equitativo e igualitario de responsabilidades entre ambos miembros de la pareja, también sigue habiendo problemas.
Desde luego, esos problemas son de distinta índole, dado que las circunstancias educativas, económicas, de salud, de esperanza de vida, etc.. Estos han cambiado pero hay una serie de características que se mantienen a lo largo del tiempo y de los cambios de mentalidad, y que se ha demostrado son la causa del fracaso en el matrimonio.
Resumamos brevemente esos factores. Estos son el escaso intercambio de comportamientos agradables, comunicación deficiente, ausencia de habilidades para pactar y solucionar problemas y expectativas irrealistas.
La insatisfacción a largo plazo, la sensación de que los costos de permanecer en la relación resultan más elevados que los beneficios. Estos son la consecuencia lógica que se deriva de esa ausencia de habilidades imprescindibles para conseguir una buena convivencia.
Cuanto menos hábiles seamos, más probabilidades tendremos de llegar al divorcio. Desafortunadamente, nuestra sociedad no se ocupa de educar a las futuras generaciones proveyéndoles de estos conocimientos. También los sistemas educativos de un mundo en el que impera el tecnicismo siguen olvidando estos aspectos, llamémosles humanistas, emocionales, o como se quiera. Nuestros hijos seguirán probablemente viviendo en pareja a falta de alternativas mejores, y, dado que la naturaleza sigue teniendo solo dos sexos, eso es lo más lógico. Depende, pues, solo de nuestra capacidad y esfuerzo personales legar a nuestros hijos un modelo de pareja digno que puedan imitar.
Pero dejemos ya de considerar la valoración social de la separación y el divorcio, y pasemos a hablar de la situación más particular pero más real. Esto sobre la persona que vive en su propia piel la ruptura de su matrimonio.
A todos los matrimonios, en una época de problemas, de discusiones fuertes, les ha pasado en algún momento por la cabeza la idea de romper. ¿Qué circunstancias justifican que se lleve esta idea a la realidad?
Las dos situaciones que acompañan más frecuentemente la decisión de separarse son la imposibilidad de mantener la relación. Esto debido a la intensidad y frecuencia de las discusiones, y la existencia de un tercero. Ambas razones se suman con frecuencia, dado que la insatisfacción en la relación hace que seamos más sensibles a las alternativas externas.
Así, algunas personas buscan la satisfacción y el reconocimiento de su valía entregándose con mayor intensidad al trabajo, a los estudios, a los hijos, a un hobby, o a otra persona. Aunque en la mayoría de las parejas existe un pacto más o menos explícito de mantener la fidelidad —que resulta absolutamente lógica dada la supuesta y total complicidad de ambos frente al resto del mundo— a partir del momento en que se considera esa compenetración mutua, esa satisfacción de las necesidades respectivas falla, pierde sentido todos los pactos realizados.
La fidelidad deja de ser algo lógico, necesario, y fácil, para convertirse en una obligación. Y ahí entramos ya de lleno en el mundo de la moral personal: hay quien se reprochará e incluso el más leve pensamiento de infidelidad a pesar de su insatisfacción, y quien considerará sin el más pequeño remordimiento que tiene derecho a buscar su felicidad donde y como sea. La infidelidad puede ser de hecho o de pensamiento. La persona enamorada de un tercero puede considerarse infiel por el hecho de haber roto con un pacto de fidelidad afectiva, aunque socialmente solo se considere infiel a la persona que ha mantenido relaciones sexuales con un tercero. En un caso o en el otro, resulta evidente que el otro miembro de la pareja ya no es en todas las áreas la persona más importante del mundo.
Enfrentarse a esa realidad implica decidir la vida futura: ¿seguir adelante, luchar por la relación, intentar recuperar lo perdido, o empezar una nueva vida, solo al lado de una nueva persona?
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